¿Recordáis de vuestra infancia el cuento de Barbazul? Era un señor que prohibía a sus esposas entrar en una de las instancias de su enorme castillo porque allí tenía escondidos los cadáveres de sus anteriores mujeres. A la que osase traspasar el umbral y descubrir su secreto, se la cargaba sin más. Por curiosa, por entrar en una habitación que estaba prohibida a pesar de la advertencia pertinente, y yo también creo que para que no se chivase a la Guardia Real de semejante afición.
No sé qué movería al señor del castillo a tener ese comportamiento tan psicopático, horripilante y bestial, pero una de sus actitudes me ha hecho reflexionar o más bien, una reflexión acerca del comportamiento humano me ha hecho reparar en esta historia.
A ver, ¿para qué quiere un señor matar a sus mujeres y tenerlas a todas guardaditas en una habitación?
Sé que la comparación es desproporcionada, porque de momento no he dado (gracias a Dios) con ningún asesinillo, pero existe un comportamiento en Internet al que he dado por llamar “Síndrome Barbazul”. Son estos personajes (y personajas, pero esas no me agregan a mí) que tienen ese afán de tener niñas y más niñas (o niños y más niños) agregadas al Messenger o a redes sociales. Sólo por el hecho de acumulación de personal. Creo que he tenido un amigo de Tuenti (desde los albores de mi cuenta) durante dos años ahí agregadito (le cogí hasta cariño) sin ni siquiera decirnos hola. Que una vez le felicité al hombre la Navidad porque era ya como de la familia. Ya lo he eliminado, ¿para qué lo quiero ahí?. Salvando las distancias con respecto al cuento, no tengo necesidad de ser una víctima del síndrome Barbazul; un ser ahí, abocado a permanecer en una lista sin oficio ni beneficio, sin sentido, sólo porque a alguien le dé por sentir que tiene un millón de amigos por acumulación humana.
martes, 15 de junio de 2010
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