¿Recordáis de vuestra infancia el cuento de Barbazul? Era un señor que prohibía a sus esposas entrar en una de las instancias de su enorme castillo porque allí tenía escondidos los cadáveres de sus anteriores mujeres. A la que osase traspasar el umbral y descubrir su secreto, se la cargaba sin más. Por curiosa, por entrar en una habitación que estaba prohibida a pesar de la advertencia pertinente, y yo también creo que para que no se chivase a la Guardia Real de semejante afición.
No sé qué movería al señor del castillo a tener ese comportamiento tan psicopático, horripilante y bestial, pero una de sus actitudes me ha hecho reflexionar o más bien, una reflexión acerca del comportamiento humano me ha hecho reparar en esta historia.
A ver, ¿para qué quiere un señor matar a sus mujeres y tenerlas a todas guardaditas en una habitación?
Sé que la comparación es desproporcionada, porque de momento no he dado (gracias a Dios) con ningún asesinillo, pero existe un comportamiento en Internet al que he dado por llamar “Síndrome Barbazul”. Son estos personajes (y personajas, pero esas no me agregan a mí) que tienen ese afán de tener niñas y más niñas (o niños y más niños) agregadas al Messenger o a redes sociales. Sólo por el hecho de acumulación de personal. Creo que he tenido un amigo de Tuenti (desde los albores de mi cuenta) durante dos años ahí agregadito (le cogí hasta cariño) sin ni siquiera decirnos hola. Que una vez le felicité al hombre la Navidad porque era ya como de la familia. Ya lo he eliminado, ¿para qué lo quiero ahí?. Salvando las distancias con respecto al cuento, no tengo necesidad de ser una víctima del síndrome Barbazul; un ser ahí, abocado a permanecer en una lista sin oficio ni beneficio, sin sentido, sólo porque a alguien le dé por sentir que tiene un millón de amigos por acumulación humana.
martes, 15 de junio de 2010
domingo, 6 de junio de 2010
SUEÑO DE UNA NOCHE DE … PRIMAVERA
Las estrellas van ensartando punto a punto el cielo negro con una estela de minúscula luz a millones de años luz de distancia. No sé si nos miran o nos vigilan. Prefiero ver la parte poética del cosmos, esa que veía cuando era pequeña y me quedaba embobada mirando hacia arriba, cuando estaba aburrida en verano, en un bar con mis padres; pensaba que eran pequeñas luces puestas en una gran carpa que era el cielo, a veces pintada de negro, a veces de celeste, a veces de gris. Qué bonita manera de simplificar el mundo la de la mente infantil. Días felices. Ojalá todos los niños pudieran disfrutar de esa ignorancia tan honesta y sincera.
Mientras, nosotros nos quedamos boquiabiertos. Tanta dicha es difícil de asumir y soportar sobre los hombros sin salir volando de felicidad. Si tú te vas volando yo te sujeto para que sigas con los pies en la Tierra. Tú ídem. Mientras, unas burbujas asoman por el borde de un vaso prestado. Ni copas caras, ni cristal de bohemia. Un vaso normal y corriente nos basta para bebernos una noche de risas, recuerdos y sueños como si fuera el mejor de los tragos.
Sin querer asoma el silencio. Todo queda en nuestra cabeza, en nuestro entretejer neuronal, donde se van almacenando los pensamientos. Me imagino a miles de enanitos que trabajan sin parar para dejar todo bien guardado en mi disco duro. Tengo tantas cosas que recordar que me esfuerzo en grabarlas una a una mentalmente, sin reglas mnemotécnicas ni métodos milagrosos, sólo es un impulso de deseo de no olvidar ni un instante contigo.
A veces las palabras sobran. Un roce de tu piel y un leve beso en los labios tibios son suficientes para transmitirme el mensaje. Ojalá el tiempo se detuviese. Todo parado. Hasta que volvamos a querer reanudarlo, con unas risas por ejemplo...
martes, 1 de junio de 2010
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